La forma en la que nos relacionamos con nuestros hijos deja una huella importante en sus vidas. Es por esta razón que debes saber qué pasa en el cerebro de tu hijo cuando le gritas constantemente:
Se activa el miedo, huye o se paraliza.
Registra recuerdos negativos, que generan angustia, estrés y ansiedad.
Libera dopamina y adrenalina, preparándose para huir.
Envía señales de peligro, inseguridad y amenaza.
El proceso de aprendizaje se bloquea.
Sabemos que hay ocasiones que perdemos el control, cuando eso suceda y digas algo que no quisiste decir, no dudes en disculparte con tu hijo, cuando ambos estén tranquilos dialoguen de lo sucedido. De esta forma le enseñarás a ir gestionando sus emociones, y sobretodo sabrá que las disculpas sanan tanto al que las ofrece como a quién fue herido.